Hablo a mis hijos de Dios

Hablo a mis hijos de Dios

Edad sugerida: Para padres de Familia


Introducción

"Un hijo es como una estrella
a lo largo del camino;
una palabra muy breve
que tiene un eco infinito,.."
José María Pemán

Mi marido ha plantado una enredadera en el balcón. Queremos que trepe por el enrejado que sirve de protección a los chicos. Cuando la riego voy guiando sus ramas jóvenes hacia donde quiero que vayan... Algo similar ocurre con la educación de nuestros hijos.
Ellos son como los tallos tiernos que hay que guiar hacia aquellas metas que nos hemos propuesto. Que no se escape este momento crucial. Que los años se pasan y las ramas se convierten en troncos difíciles de enderezar...
De echo, cuántas veces vamos guiando a nuestros hijos a lo largo del día: "Hacé primero los deberes"..."decí gracias y por favor"... y de este modo, vamos inculcándoles hábitos culturales y morales que serán dificiles de desarraigar.
Pero nuestra educación quedaría truncada, incompleta, si no los guiáramos también hacia Dios, nuestro Señor. La religiosidad, como la sociabilidad, es una dimensión natural del hombre (lo prueba la historia de la humanidad y la psicología evolutiva). Los hombres hemos nacido para trascender. Tenemos una sed de eternidad que nada en esta Tierra puede saciar. Solo Dios nos sacía plenamente. "Solo Dios basta"; dice Santa Teresa de Ávila. Y San Agustín afirma: "Nos creaste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti ".
El pensador Paul Claudel ha escrito sobre el árbol:
"El cielo y la tierra.
Tú los necesitas
para mantenerte derecho"?
También nuestros hijos, como los árboles, necesitan del cielo y de la tierra... Pisando el suelo pero con la mirada puesta en el cielo, ellos serán lo que deben ser: hombres auténticos, completos, dotados de virtudes naturales y sobrenaturales.
Somos nosotros, los padres, los primeros responsables de ir colaborando para que crezca la semilla de la fe recibida en el bautismo. Procuramos para ellos comida, abrigo, calor de hogar, pero nos quedaremos cortos, muy cortos, si no les damos a conocer a Dios, a la Virgen María, a los ángeles...
No esperemos a la adolescencia para hablar de religión. La adolescencia, edad del descubrimiento de uno mismo, de la música y las motos, será tarde para comenzar. Al bebé de pocos meses no le hacemos elegir entre leche o gaseosa pues sabemos qué es lo bueno para su salud. Siendo Dios el Sumo Bien, ¿no es entonces lo mejor para el alma de nuestros hijos? En una oportunidad, preguntaron a la madre Teresa de Calcuta si ganar el premio Nobel de la paz había sido tal vez, la mayor alegría de su vida, y ella dijo:
"-No, no...
-¿Cuál ha sido su mayor alegría, Madre?
-Conocer a Jesucristo, naturalmente."
Nos espera una tarea maravillosa: la de la educación en la fe. Una tarea que comienza en casa y se corona en el cielo. Empieza hoy, ahora, pero tiene sabor a eternidad. Será para siempre, para siempre. Pero no esperemos a ser santos para hablar de Dios porque nos quedaremos mudos. Es suficiente con luchar y perseverar. Y cuando caigamos... -porque tenemos equivocaciones y fallas- !arriba!, a rectificar iY adelante! Y como aquella incipiente enredadera del balcón, nuestros hijos crecerán sanos y felices si los guiamos con calor, a la luz verdadera.

Para Padres de Familia

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